Como dice el Apostol Pablo en Filipensis 4:1.6-7
“Por eso, mis queridos hermanos, a quienes tanto deseo ver; ustedes, amados míos, que son mi alegría y mi premio, sigan así, firmes en el Señor. No se aflijan por nada, sino presénteselo todo a Dios en oración; pídanle, y denle gracias también. Así Dios les dará su paz, que es más grande de lo que el hombre puede entender; y esta paz cuidará sus corazones y sus pensamientos por medio de Cristo Jesús.”
Además compartimos una carta pastoral de nuestra Obispa Izani Bruch (para bajarla hága un “clic” acá) y dos afiches con buenas recomendación, una oración y una reflexión:
Acá se puede bajar una oración – elaborada por la Federación Luterana Mundial.
Y con un clic acá se baja una carta del Secretario general de la FLM, nuestro pastor anterior Martin Junge.
Y para finalizar dos oraciones de Martín Lutero para empezar y para terminar cada día.
En la mañana
Por la mañana, apenas hayas abandonado el lecho, te santiguarás y dirás así:
“En el nombre de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.”
Entonces, puesto de rodillas o de pie, dirás el Credo y el Padrenuestro. Si quieres, puedes orar brevemente así:
«Te doy gracias, Padre celestial, por medio de Jesucristo, tu amado Hijo, porque me has protegido durante esta noche de todo mal y peligro, y te ruego que también durante este día me guardes de pecados y de todo mal, para que te agrade todo mi obrar y vivir; pues en tus manos me encomiendo a mí mismo, mi cuerpo y mi alma y todo. Tu santo ángel me acompañe para que el maligno no tenga ningún poder sobre mí. Amén».
Y luego dirígete con gozo a tu labor entonando quizás un himno, por ejemplo acerca de los Diez Mandamientos, o lo que tu corazón te dicte.
En la tarde
Por la noche, cuando te retires a descansar, te santiguarás y dirás así:
«En el nombre de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.»
Entonces, puesto de rodillas o de pie, dirás el Credo y el Padrenuestro. Si quieres, puedes orar brevemente así:
«Te doy gracias, Padre celestial, por medio de Jesucristo, tu amado Hijo, porque me has protegido benignamente en este día, y te ruego que me perdones todos mis pecados, donde cometí un mal, y me guardes benignamente en esta noche; pues en tus manos me encomiendo a mí mismo, mi cuerpo y mi alma y todo. Tu santo ángel me acompañe para que el maligno no tenga ningún poder sobre mí. Amén».
Luego descansa sin más y tranquilamente.